viernes, 17 de febrero de 2017

EL PARADIGMA DE JUSTICIA EN LA OBRA DE CÉSAR VALLEJO. -Por: Nilton César Velazco Lévano

Lexclamación por la justicia humana es una constante en la vida y en la obra de César Vallejo. El vate santiaguino se constituye en un exponente fundamental de una estética justiciera y asume la justicia de un modo humanísimo profundo, social, ético y esperanzador, diseñando así un estilo inédito en la lírica nacional, hispanoamericana y mundial, como se evidencia en el conjunto de su obra narrativa, poética, epistolario, teatro y crónicas. La justicia humana que él plantea está reñida con la piedad expresada en la limosna que se entrega a los pobres de modo paternalista y clientelista. Esto lo constató en Rusia cuando le preguntó a una joven comunista si le daría limosna a un pobre, ella le contestó:
Yo no doy nunca limosna a nadie. La piedad está reñida con la revolución. La piedad está también reñida con el espíritu soviético. La piedad es invención de las clases explotadoras de todos los tiempos. En la sociedad socialista, a la piedad reemplaza la justicia. La piedad va siempre unida a la injusticia social. El filántropo y el caritativo lo son porque saben y tienen conciencia de que deben algo a los pobres y necesitados. Por doctrina y por táctica, nos repugna la caridad (Capitalismo de Estado y estructura socialista). 

El vate tenía una obsesiva preocupación por la justicia social, era su elan vital y nadie mejor que Georgette, su esposa, ha defendido con tenacidad el sentido justiciero del vate, pues su obra compromete la fidelidad a su espíritu y a su expresión esencial: “No había otra cosa que conmoviera más a Vallejo, que le doliera más, que la injusticia en el mundo. Él estaba desde su nacimiento, y prenatalmente, destinado a sufrir por el sufrimiento de los demás” (1959, p.185). El testimonio de Georgette coincide también con el de More: “Toda la poesía vallejiana es recorrida por un tremendo sentimiento de justicia y por un inquebrantable afán de sacrificio por el bien social” (1988, p.151).
De acuerdo a Rodríguez el sentimiento de justicia en Vallejo, persiste como un reclamo permanente y es un elevado valor de dignificación. Su paradigma de justicia implica igualdad, en la que cada uno recibe lo que le corresponde: los enfermos la salud; trabajo y felicidad para todos; solidaridad y amor entre todos. En ese sentido, tiene una concepción comunitarista de la justicia (2006, pp.26-27).
El paradigma de justicia vallejiano asume que la justicia es un elemento constitutivo y consustancial para la convivencia y no solo es el aparato burocrático jurisdiccional. El vate creía en una justicia social, aquella que atañe a todos, aquella que permite alcanzar la dignificación humana y que supone la redistribución equitativa de la riqueza producida por la colectividad, y por la cual hay que luchar: “Vallejo, duramente irónico me dice: Habías pensado encontrarte con un paraíso. ¡No hay paraíso! Ni aquí, ni en ninguna parte. Se trata de encontrar justicia, justicia Social y económica” (Georgette, 1959, p.59). Espinoza también lo reafirma: “Vallejo vivió su tiempo muy de cerca y adentrado a sus problemas y demandas sociales. Recorrió las calles cuando se protestaba y se reclamaba por justicia y respeto. Hizo de su poesía una posibilidad –estética- para alcanzar justicia” (2001, p.2).  
Coyne señala que a Vallejo le preocupan las consecuencias del hambre, miseria, violencia, enfermedad, muerte, injusticia o ignorancia que atormentan a los hombres, drama humano que el poeta intenta resolver por medio de su voz justiciera (1957, pp.143-144). Para alcanzar la dignificación humana requiere que se ataque los problemas desde la raíz, ir a las causas y a las estructuras que generan la injusticia y que vulneran la dignidad humana. Vallejo está atento a eso y por ello cuestiona:
¿La Revolución Rusa no ha resuelto el problema de la mendicidad? ¿Cuál es el paso dado en este terreno por el soviet? ¿La revolución mundial tendrá también sus mendigos, como tiene los suyos la burguesía? ¿Y la justicia social? (Capitalismo de Estado y estructura socialista).
Su obra se constituye en un estandarte de las constantes luchas por la justicia y por la dignidad humana. En ese sentido, se puede sostener que en el paradigma de justicia vallejiano existe una unidad, continuidad y coherencia, atravesada por una ética que defiende los valores humanos. Por eso Vallejo no solo representa la existencia de un hombre justo sino la posibilidad de ser nosotros también otros hombres justos.
La injusticia y la desigualdad generan cólera y odio en quienes la sufren, Vallejo lo sabe y así lo expresa:

El día en que la miseria de los desocupados se haya agravado y extendido más, descubriendo la impotencia definitiva de los gobiernos y de los patrones para remediarla y hacerla desaparecer, ese día brillará en los ojos de muchos millones de hambrientos una cólera y un odio mayores que los que brillan en los ojos de este hambriento de Moscú. El zarpazo de las masas sobre los pasteles de los ricos será entonces tremendo, apocalíptico (Capitalismo de Estado y estructura socialista).

La pasión de Vallejo por la condición humana es integral y se conduele de la miseria del hombre en una sociedad capitalista, deshumanizada y explotadora, incluso se duele del dolor de quien causa dolor; por ello plantea la reconciliación política entre todos los hombres: “Se amarán todos los hombres” (Himno a los voluntarios de la República). Para el vate, la paz será producto de la justicia humana y de la humanización del hombre desde su dimensión individual y colectiva. De acuerdo a Georgette:
(…) toda la obra de Vallejo está penetrada y amasada de política. Su poesía (…) no solo formalmente es revolucionaria, si usted le da vueltas, siempre encuentra una base política. Hay… una obsesiva preocupación por la justicia social (1959, p. 67).
El poeta hace de su obra un instrumento de lucha política para transformar la sociedad que conlleva luego a la revolución total, es decir, el humanismo humano:
Me viene, hay días, una gana ubérrima, política, de querer, de besar al cariño en sus dos rostros, y me viene de lejos un querer demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza, al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito, al que llora por el que lloraba, al rey del vino, al esclavo del agua, al que ocultóse en su ira, al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma (Me viene, hay días, una gana ubérrima).
El paradigma de justicia vallejiano anhela una sociedad igualitaria, no solo como idea sino sobre todo en lo concreto de la vida, haciendo que los contrarios se encuentren: “Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo y me urge estar sentado a la diestra del zurdo, y responder al mudo tratando de serle útil en lo que puedo y también quiero muchísimo lavarle al cojo el pie”. Para que ricos (“el rey del vino”) y pobres (“el esclavo del agua”), que expresan los rostros de la sociedad (“besar al cariño en sus dos rostros”), aprendan a convivir en iguales derechos y oportunidades.
El paradigma de justicia como virtud suprema reclama y proclama una justicia humana, surgida de la revolución del pueblo y de la historia, aquella que se construye no desde las ideas sino desde las acciones cotidianas, haciéndonos justos:
¿No os basta oír su tos desgarradora, nacida del hambre de la revolución? ¿No os basta saber que, hoy mismo, en su calidad de miembro del Partido, su vida es un ejercicio cotidiano de trabajo y sacrificio por la causa de la justicia? Esta mujer ha sufrido: luego, tiene derecho a la queja y a la esperanza (…) pienso en la justicia, no como un juego de revancha del pobre sobre el rico ni como en un expediente, sentimental y arbitrario, de venganza de una clase explotada sobre la clase explotadora. Pienso en la justicia, no como en un ideal sacado de la nada o inventado por los filósofos, apóstoles, taumaturgos, sino como en un fenómeno de equilibrio colectivo, que se plantea, se realiza y se transforma constantemente según las evoluciones y revoluciones de la historia (Reportaje en Rusia).
El paradigma de justicia vallejiano se sienta desde las bases de una antropología con una proyección universal, asumiendo que su dolor no es solo suyo, sino la de millones de personas en todo el mundo, sobre todo, los empobrecidos: “Y en esta hora fría, en que la tierra trasciende a polvo humano y es tan triste, quisiera yo tocar todas las puertas y suplicar a no sé quién, perdón, y hacerle pedacitos de pan fresco aquí, en el fondo de mi corazón”. Este poema de tono profético, resulta un reclamo incontenible, tanto que él mismo se quisiera convertir en pan para entregarse a los demás, a los hambrientos de justicia.
La estética de Vallejo constituye un campo fértil para estudios que pueden escudriñar el lenguaje y la palabra no solo desde lo literario sino también desde lo retórico, lo jurídico, lo político, lo ético, lo metafísico, lo histórico y lo filosófico. En ese sentido, la estética justiciera de Vallejo resulta una fuente de inspiración y acción no solo para el sujeto político, el creador y el operador del Derecho, sino para toda persona de buena voluntad.
Vallejo es un hombre de profunda humanidad, incluso hasta él mismo se convierte en el sujeto activo de la justicia como se expresa también en el poema El pan nuestro, en la que el afán de reparación lleva al poeta a “saquear al rico sus viñedos”, para entregarle al vulnerable, considerando que con ello no estaría cometiendo delito alguno pues estaría perdonado: “suplicar a no sé quién, perdón”. El poeta es el sujeto identificado con la necesidad de justicia y el sujeto pasivo son los pobres, los urgidos de justicia. El poema retrata una relación inequitativa: unos (los ricos), disfrutan de lo que le es debido a toda persona: el alimento básico, la justicia (representada en el pan), pero los otros, no tienen lo que les corresponde, son los agraviados. Vallejo plantea la necesidad de justicia y de igualdad como una preocupación central, ilustrando un caso donde se atenta contra la justicia distributiva. A unos les ha tocado más y a otros menos en la distribución. El poeta busca equilibrar esa inequidad, pero no le satisface esa distribución, por el contrario, se siente injusto. Percibe que él se ha apropiado de lo que no le corresponde y eso lo persigue y lo somete a la autoinculpación: “Todos mis huesos son ajenos; yo tal vez los robé!”, y resuelve su culpa, al reparar y compensar a los demás devolviéndole lo que es suyo, restableciendo la proporcionalidad en el reparto, simbolizado en el pan.
El vate expresa su visión de la solidaridad y la perspectiva que asume desde los pobres, pues lo primero es el compromiso de justicia con los más vulnerables: “La justicia no es función humana. No puede serlo (…) Nadie es delincuente nunca. O todos somos delincuentes siempre”. Vale decir, el paradigma de justicia vallejiana responde a una noción teórica sustentada por la axiología. En Vallejo, es en el terreno práctico, donde radica la efectividad y la eficacia de la justicia, como ejercicio concreto, como realización constante. Por ello, la justicia no es virtud exclusiva de los jueces ni de los abogados ni del mundo jurídico, sino que su importancia rebasa hasta llegar a expresiones estéticas y líricas como la que el vate ha recreado en lo que denominamos el corpus vallejiano. 
Referencias bibliográficas
César Vallejo:
Artículos y crónicas completas, Tomo I y II. (2002). Recopilación, prólogo, notas y documentación de Jorge Puccinelli. Lima: PUCP.
Poemas Completos. (1998). Los Heraldos Negros, Trilce, España aparta de mí este cáliz, Poemas Humanos. Introducción, edición y notas de Ricardo González Vigil. Lima: Ediciones Copé.

Coyné, A. (1957). César Vallejo y su obra poética. Lima: Editorial Letras Peruanas. 
Delgado, W., Milla Bartres, C. (1969). Homenaje Internacional a César Vallejo. Lima: Revista de Cultura Visión del Perú Nº 4.
Espinoza, G. (2012). Las ideas políticas en César Vallejo. Lima: Rebelión.
De Vallejo, Georgette. (1959). Apuntes Biográficos sobre Poemas en Prosa y Poemas Humanos. Lima: Moncloa.
More, E. (1988). Vallejo, en la encrucijada del drama peruano. Lima: Distribuidora Bendezú.
Paoli, R. (2009). El lenguaje conceptista de César Vallejo. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Rodríguez, I. (2006). Vallejo al pie del orbe. Editorial Universitaria Universidad Ricardo Palma.

jueves, 16 de febrero de 2017

LA SOLIDARIDAD EN LA OBRA DE CÉSAR VALLEJO: “PELEAR POR TODOS Y PELEAR PARA QUE EL INDIVIDUO SEA UN HOMBRE…. PARA QUE TODO EL MUNDO SEA UN HOMBRE”. NILTON CÉSAR VELAZCO LÉVANO

La novedad de la obra vallejiana y su sello distintivo es el de la solidaridad y su incesante búsqueda de fraternidad. Vallejo ansía la dicha de todos: “¿Cómo ser y estar, sin darle cólera al vecino?”. Dialécticamente nuestro vate comprende que para hacer del hombre un ser solidario tiene que pelear: “Pelear por todos y pelear para que el individuo sea un hombre…. Para que todo el mundo sea un hombre” (Batallas). Vallejo está en búsqueda del hombre pleno y su obra, transitada de choques emocionales, conmociones de razones y sin razones, trabadas en raíces profundamente sinceras, avanzan por entre un “caos teórico y práctico” hacia la concreción de la solidaridad, planteando alternativas ante la deshumanización. Hace de su obra un medio para la humanización del hombre. Pero no quiere un hombre perfecto, lo quiere plenamente humano, ni más ni menos. Por eso su poesía no busca deslumbrar sino sacudir; no pretende encantar sino estremecer: “Un cojo pasa dando el brazo a un niño… Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre ¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo? Otro busca en el fango huesos, cáscaras” (Poemas Humanos). Para el vate la sobrevivencia del hombre y del mundo depende de la solidaridad con el otro y esto no es solo la expresión de una actitud y una práctica política sino la expresión de una manera de concebirse a sí mismo y al otro concreto y real.

La poesía vallejiana revela el grado de solidaridad que siente por el que sufre: “El sufrimiento no es lo mismo que la tristeza; se puede ser alegre en el sufrimiento, en cambio nunca, alegre en medio de la tristeza. La tristeza trae cerrazón, amargura…. El sufrimiento no encierra a Vallejo en sí mismo, al contrario lo abre a la solidaridad” (Gutiérrez, p. 119).  La conciencia del absurdo conduce a Vallejo a hermanarse con todos los hombres que sufren, pues para lograr la humanización se debe hacer realidad la solidaridad, hasta incluso dar la propia vida, como lo hicieron los voluntarios de España, cuya resistencia solidaria hacía que solo estuviera: “herido mortalmente en vida”.

Asimismo, la solidaridad vallejiana no teme denunciar, exigir y confiar: “Y, desgraciadamente el dolor crece en el mundo a cada rato…Y la naturaleza del dolor, el dolor dos veces…Señor Ministro de Salud: ¿Qué hacer? ¡Ah! Desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer” (Los nueve monstruos). Para Vallejo la dimensión de la solidaridad sobresale de modo permanente y transversal. Se trata de un dolor solidarizado y de un dolor doble: el del otro y el propio. En la obra vallejiana el “Señor Ministro” que en un primer momento fue escrito con minúscula y luego con mayúscula quiere significar que pasó a un plano superior, y que ya no se dirige al Ministro terrenal, sino al espiritual, a Dios. La acción solidaria y de indignación del poeta lo hace capaz de dirigirse y exigirle al propio Todopoderoso.

Por su lado, el poema Los Heraldos Negros resulta casi un perfil antropológico a partir de los “golpes en la vida” que recibe el hombre. La impotencia divina para reparar o defender al hombre de tanta desgracia le induce al poeta a fomentar la solidaridad y con ella ver si es posible cubrir las carencias afectivas, físicas y espirituales del hombre: “en suma, la vida es implacablemente, imparcialmente horrible, estoy seguro” (Poemas Humanos). Es decir, cambia el “Yo no sé” de Los Heraldos Negros por una certeza mayor: está seguro por qué y encuentra el origen de su fe: la solidaridad esperanzada: “A las misericordias, camaradas hombre mío en rechazo y observación, vecino de cuyo cuello enorme sube y baja al natural, sin hilo, mi esperanza”. La piedad se convierte en acción solidaria: “Amado sea….el pobre rico el puro miserable, el pobre pobre!”.

Pocas veces la solidaridad ha encontrado vigor más intenso que en el poema Masa. El combatiente muerto en el campo de batalla, se ve rodeado de todos los hombres y mujeres de la tierra quienes le ruegan que vuelva a la vida y este “milagro” se produce cuando el amor se globaliza. La masa posee esa fuerza solidaria y, por eso, resucitadora. Es decir, que si todos y todas se unen se logra el milagro de la vida, así entonces, la resurrección no es potestad solo destinado para los dioses, sino que desde la solidaridad y el amor humano, es posible resucitar vidas. El hombre en solitario es incapaz de resucitar; mientras que la Masa de todos los hombres sin excluir a ninguno será poderosa porque simboliza la fusión de todos los seres en un solo ser. Esta metáfora de la solidaridad, a través de la resurrección, se condice con la aspiración del poeta a identificar lo eterno con la realización plena del ser humano en este mundo, aquí y ahora. De este modo, Vallejo vuelve a desdivinizar a Dios y divinizar al ser humano. El humanismo vallejiano plantea reformular el lenguaje para que desempeñe una nueva finalidad en búsqueda de una sociedad más solidaria y menos egoísta con el prójimo. El redimensionamiento de lo humano apela a la vida, a la justicia, a la igualdad, valores olvidados en la época del poeta y en la actual. Será la solidaridad la condición para la revolución vallejiana en pos de un mundo nuevo y mejor.

Vallejo en Europa seguía sintiéndose americano y desde allí confluía con firmeza su solidaridad indoamericana: “¿Solidaridad? ¿Comprensión? No existe nada de esto en Europa... Nosotros, en frente de Europa, levantamos y ofrecemos un corazón abierto a todos los nódulos de amor, y de Europa se nos responde con el silencio… Cuantas veces sea necesario hay que coger a Europa… y gritarle día y noche, hasta que sepa oírnos y valorar nuestra función actual de advenimiento a la cooperación universal… ¿Cooperación? Ya lo suscitaremos algún día a puñetazos” (Desde Europa). Esa “cooperación universal” en la que creía Vallejo llegará con la instauración del socialismo: “Muerto el capitalismo e instaurado el socialismo, el hombre cesará de vivir comparándose con los otros, para vencerlos. El hombre vivirá entonces solidarizándose y, a lo sumo, refiriéndose emulativa y concéntricamente a los demás. No buscará batir ningún record. Buscará el triunfo libre y universal de la vida” (Concurrencia capitalista y emulación socialista). En el yo vallejiano puede identificarse la criatura humana, el yo de cada uno de los hombres que critica y se cuestionan, que salen de sí y descubren el carácter solidario de su condición, y es que el poeta transita permanentemente del inconsciente sentimiento de quiebra existencial frente a la vida, a la forma de conciencia de que la suya es también una situación solidaria: “¡Amado sea el que tiene hambre o sed, pero no tiene hambre con que saciar toda su sed, ni sed con que saciar todas sus hambres! (Traspiés entre dos estrellas).

Finalmente, lo único noble para el vate es la fraternidad solidaria, a diferencia de la sociedad individualista y mercantilista que experimentó en Europa, y que experimentamos hoy en día –y no solo en Europa-: “Vivo a diario y con toda fraternidad con Silva, que es lo único grande que hasta ahora he hallado en Europa” (carta a Raygada). Para volver a insistir: “Hombres humanos, hermanos hombres, humanos hermanos”, expresando un sentido profundo de solidaridad humana, siempre humana, setenta veces humana. La solidaridad vallejiana buscaba redimir al hombre del dolor. Por eso llega a sentirse y a sentir en cada ser humano, un redentor de la humanidad, en solidaridad con el prójimo, a quien no solo debemos de amar como a nosotros, sino que cada hombre se convierte en salvador de los otros. La solidaridad vallejiana es de gestos concretos, como los tantos que hoy –ante un mundo deshumanizado- necesita el ser humano: “y le doy un abrazo, emocionado, emocionado”.